Gallardón y la milla de lodo
23 febrero 2010Hoy he pasado por allí. Hacía mucho que no pasaba. Pero hoy he callejeado por el barrio de Salamanca. También he comido por la zona (en El Lago de Sanabria, en Ayala 23, que es un gozo para el paladar) y he estado observando las disparidad de tiendas chic que conforman lo que se ha dado en llamar «la milla de oro».
Cierto es que el tiempo no acompaña para ir de compras estos días; que la abundante lluvia que está cayendo hace incómodo transitar por las aceras esquivando paraguas y goterones; y que la milla de oro de 24 quilates que ha prometido el alcalde de Madrid necesita obras, pero lo que he visto hoy por allí era un auténtico decorado para rodar un documental sobre las consecuencias de una guerra nuclear.
Los hoyos que hay en las aceras (si se puede llamar aceras a lo que allí queda) seguidos de las zanjas, de las vallas de obra, de los socavones, de los mojones,… parecen un texto en braille aumentado un millón de veces. Los charcos, no son charcos, son lagunas a las que sólo les falta ranas y peces para parecer un parque temático.
Pues en ese paisaje desolador nos encontramos tiendas como Dior, Loewe, Prada o la principesca firma de Felipe Varela, que pretenden vender. ¡Cómo han de hacerlo! Si es imposible acercarse a ellas, a sus escaparates, a sus puertas glamourosas, sin jugarse la vida.
Querido alcalde. Creo que la milla de oro es el cielo que nos tienes prometido porque para llegar a él hay que pasar por un calvario o, lo que es peor, por las trochas que tienes abiertas para esa gincana que nos preparará para los Juegos Olímpicos de 2020 o 2024. Claro que antes de que nos veamos en los JJOO o de que te veamos de presidente del gobierno veremos criar pelos a las ranas de los charcos.