El Cid y la restauración
30 junio 2010Por la terrible estepa castellana, al destierro con doce de los suyos, quizá pasó él recorriendo gran cantidad de pueblos (lo que luego se ha dado en llamar la Ruta del Cid) y quizá visitó castillos, ermitas e iglesias, entrando a descansar y rezar en ellas. Eso lo hizo El Cid entonces, allá por el siglo XI, pero hoy no podría hacerlo.
Ya sé que me van a decir que porque está muerto. Pero no es por eso —que El Cid ganó batallas después de muerto, según reza la leyenda—, sino porque encontraría todos estos sitios cerrados.
Yo he estado estos días por ahí, empapándome de sol y piedra en esas tierras de Soria, durante este comienzo de verano, dócil todavía, que obsequia por el día con un airecito refrescante que cuando se va el sol casi obliga a cubrirse con una rebeca fina. Está precioso el campo florecido ahora, después de tanta lluvia, y cuando lo baña el sol se convierte en la alfombra verde de trigo verde, amarilla de prímulas y margaritas, gris de cebada ya madura, malva de flor de lavanda y roja de miles de amapolas, donde reposan sus reales tanto monumento románico. Todos, o casi, los vi desde fuera, pues todos, o casi, estaban cerrados al público (por lo menos entre semana), y muchos de ellos en plena restauración. Claro que gracias a la restauración pude ver abierta la iglesia románica de San Pedro, en Caracena.
Estaba abierta esta iglesia porque estaban trabajando en ella dos restauradores. Una joven que retocaba a golpe de pincel un cuadro enorme enormemente descascarillado de pintura, y un muchachote que completaba las partes del retablo principal que se había llevado el tiempo. (Hace poco había sido “Las edades del Hombre” por la zona y debieron tomar nota de todo lo deteriorado, pues había gente del Patrimonio repartida por varios monumentos, restaurándolos.) La iglesia —con su nave, ábside semicircular, galería porticada, en la que uno de los arcos, el que sirve de puerta, está sustentado por dos columnas de cuatro fustes, torsados en una de ellas— se calcula que es del siglo XII. A mí lo que más me impresionó de ella fueron los tres retablos que tenía, que me parecía la llenaban casi por completo, quizá, también, por la cantidad de bártulos que había por medio. Pero eran impresionantes los retablos. Uno, el principal y sobre el que estaban trabajando, estaba cubierto por el andamiaje de la obra; otro era de un precioso policromado con un Cristo crucificado; y el tercero, una bellísima talla de madera sin colorear: el que más me gustó.
La iglesia de San Miguel, en San Esteban de Gormaz, tampoco pude verla, pues también estaban restaurándola; y el castillo de Berlanga de Duero, ídem de ídem.
Bueno, vi el monasterio de Santa María de La Vid, que también tiene hospedería (habrá que ir); y, como curiosidad, la Botica, en San Esteban, la botica más antigua de España aún en funcionamiento. Y… otro año, más.