Chezchez la femme
17 mayo 2011Por Helvética
Quien crea que la foto política del pasado domingo la protagonizaron los ex presidentes Felipe González y José María Aznar en el palacio de Cibeles, está equivocado. Protagonistas de ese acto, a mayor gloria de Alberto Ruiz-Gallardón, fueron el propio alcalde de Madrid y el trío de damas que, acompañando a sus parejas, hicieron su entrada, de un claro primaveral, en la sala de columnas del antiguo edificio de Correos, como embajadoras de sus maridos. Ana Botella, esposa de Aznar; Mar Utrera, mujer de Gallardón; y Mar García Vaquero, pareja de González, intentaron, sin conseguirlo, pasar inadvertidas en una jornada que el regidor de Madrid acariciaba desde hace años, y que materializó una semana antes de la jornada electoral que le puede situar por tercera vez en la Alcaldía de Madrid.
Gallardón disfrutó de ese día porque, si los hados le hubieran sido propicios, él hubiera podido participar de ese acto como otro ex presidente más del Gobierno de España, no en la condición de alcalde en funciones. Eso significaría que un día fue presidente. Además, el lugar no pudo ser mejor escogido, puesto que él siempre reconoció ante sus íntimos que si hubiera sido elegido como jefe del Ejecutivo, hubiera trasladado la Presidencia del Gobierno del palacete de Moncloa, al oeste de la ciudad, a Cibeles, en el centro de la capital de España.
La otra foto simbólica del día estuvo representada por tres señoras, testigos silentes de la vida política de España, mujeres respectivas de los anteriores personajes. La menos silente, la edil Ana Botella, mujer de Aznar, lleva ocho años instalada en la cúspide del poder y conoce las claves de nuestra política como nadie. Mar Utrera, la esposa del alcalde, es una persona discreta y prudente, pero no por ello menos atractiva políticamente, que acaba de pasar por una enfermedad que ha superado con gran entereza. Y, por último, la pareja de Felipe, Mar García Vaquero, aun en duelo por la reciente muerte de su padre, que apareció por primera vez acompañando al ex presidente en oficialización de facto de una relación para la que suenan campanas de boda. El amor cambia a las personas; aquel que se llamaba a sí mismo el presidente de los descamisados, se ha instalado en una casa espléndida en la calle Velázquez, en plena milla de oro de Madrid. Eso es amor, quien lo probó lo sabe.