Un Jardiel de ida y vuelta

26 febrero 2007 | 1 Comentario »

Cada equis tiempo, que se nos hace larguísimo, vuelve Jardiel a la cartelera de teatro con una de sus obras para deleite de todos los espectadores.

Nada más sano en este tiempo que nos toca vivir que tomar la decisión de ir al teatro a ver una obra de Enrique Jardiel Poncela, arrellanarse en la butaca y observar y escuchar cómo un actor, con todo el desparpajo del mundo, declama:

– Les olerá a ustés el local un poco raro, ¿verdá?
– Pues mire usted: sí. Al entrar se nota un olor algo chocante; pero luego, cuando se ve al público, ya no le choca a uno nada.

Ese sentido culto y elegante del humor es el que caracteriza el teatro de Jardiel. Un teatro cómico basado en el humor y la poesía.

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Visceral y enlatado…

20 febrero 2007 | 1 Comentario »

Es de lo más habitual criticar los programas rosas que dan por la tele. Sí, esos programas donde se despachan todos los entresijos de la vida íntima, o no tan íntima, de los famosos. ¿Quién no ha participado en alguna conversación poniendo de chupa de dómine a «los tomates», «salsas rosas» o «dolces vitas»? Todos lo hemos hecho, casi en la misma medida que corremos a solazarnos con ellos frente a la pantalla. Y es que no hay nada mejor que ver las frustraciones de los demás en 625 líneas para olvidar las propias, quien las tenga.

Sólo nos frena un poco, y quizá eso sea lo que nos hace criticarlos, pensar si fuéramos nosotros los protagonistas.

Resultado: existen los progamas basura (demasiados) porque existen espectadores que los consumen. Cierto es que no hay mucha variedad de buenos programas donde elegir. Eso debe ser porque sale más caro hacer un buen programa, que tener a un descarado currito persiguiendo y acosando al famoso de turno hasta en el cuarto de baño.

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No al móvil

19 febrero 2007 | 1 Comentario »

«¡Oh capitán, mi capitán!» es el comienzo de un poema de Walt Whitman que sirvió como grito de guerra a unos jóvenes estudiantes en «El club de los poetas muertos». La película, a ella pertenece ese título, refleja, entre otras cosas, la relación de respeto y cariño que se puede llegar a establecer entre el profesor (Robin Williams) y sus alumnos, usando aquel una pedagogía basada en inculcarles el gusto por aprovechar el momento, «¡Carpe diem!», con buen humor y honorabilidad. Ha habido otras cintas, bastantes más, sobre este mismo asunto de la relación profesor/alumno, marcadas por la desidia de unos y el despotismo de los otros, indistintamente. Una de ellas es «Rebelión en las aulas», en la que el «profe» (Sidney Poitier) las pasa «putas» en una clase marginal, de un colegio marginal, con alumnos marginados, hasta que consigue hacerse con la situación. Me viene también a la memoria otra, unos diez años más antigua e inocente, en la que una clase de estudiantes se encierra en el gimnasio porque la dirección quiere despedir a su profesor de música. «Es grande ser joven», modelo a «El club…», aunque esta última con más poesía.

También las hay en las que los alumnos se hartan de hacerle gamberradas al profesor hasta que consiguen que se marche. Pero lo que queremos subrayar ahora es el ejemplo de las primeras. Y es que en todos los centros educativos debe existir esa buena relación (con todo el respeto, distancia, cariño…) entre profesor y alumno.

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Arrabal y el régimen

15 febrero 2007 | 1 Comentario »

Ayer vimos en el programa de Jesús Quintero, ese loco de la colina que ha dejado de ser perro verde para seguir en su noche, al extravagante Fernando Arrabal narrando un episodio de su vida revolucionaria en tiempo de la dictaruda de Franco.

El excéntrico Arrabal contaba, entre puchero y puchero, cómo le detuvieron en los años sesenta por ciscarse en todo con lo que no comulgaba. Y cómo, una vez llevado a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, para dejarle allí preso, se negó a comer en señal de rebeldía. Y cómo, un funcionario de prisiones «gordo, muy gordo» le traía todos los días un platito de judías para que comiera, y él se negaba. Y el carcelero «gordo, muy gordo» se le acercaba conciliador, y extendiendo el brazo con la cuchara en la mano le decía: «una cucharada por mamá, otra cucharada por papá…» El régimen del Régimen. Éso, le salvó la vida.